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El ciclo sagrado lunar femenino


Toda luna, todo año, Todo día, todo viento, Camina y pasa también. También toda sangre llega al lugar de su quietud. Chilam-Balam
[...] dadme la muerte que me falta Rosario Castellanos


Hace noches, meses y años, comencé a escuchar el diálogo entre mi cuerpo y la luna. Un vínculo
que, desde entonces y hasta ahora, sucede línea, mancha, marca y letra sobre papel que se
ennegrece, a veces de carbón y otras de tinta, en la mengua; y refleja luz cuando el crecimiento
acontece. Una vez al mes una línea roja atraviesa el dibujo lunar. Transito cada página en las
que los días pasan y luego los meses, y se hacen visibles las repeticiones que nunca son las
mismas, pues alguna luz la luna les habrá arrojado. Los sonidos de la sombra han durado días.
Los sueños raros son frecuentes cuando se acerca el novilunio. Una palabra acompañó al amor
con un ritmo constante y me volví agua y me deshice como ola. No así con la fe que, aunque
en unas cuantas lunas nuevas la he pronunciado, es el bajo continuo. Algunos deseos e ilusiones
tomaron forma y masa con tanto frenesí, hoja tras hoja, hasta que en alguna página murieron.
Permití que la tristeza me acompañara un día de un mes y otro, una pequeña alegría. Los
espasmos se disolvieron en un té de flores. Durante la luna llena, dejé la ventana abierta e hice
del insomnio un abrazo de silencio. Cavé un hoyo en la tierra para hacerlo mi cueva y ahí lamer
mis heridas. Me incliné. Tomé la forma de aquella que aún no ha nacido y escuché al cosmos
en mi vientre decir:

los sentimientos fluctúan
pero el agua corre,
luna menguante

Hace miles de años, el ser humano del Paleolítico contempló y honró la luna, observó su
movimiento en el cielo, se guío por él y lo registró sobre piedra, hueso y cornamenta que, entre
otras cosas, representaba lo sagrado femenino. La diosa de Laussel1, por ejemplo, es un
bajorrelieve de una mujer tallada sobre piedra caliza que alguna vez estuvo en la entrada de una
cueva en Francia, lleva en su mano derecha un cuerno de bisonte en forma de luna creciente
con marcas de los trece días de la fase lunar creciente y de los trece meses del año lunar, su
mano izquierda descansa sobre el vientre abultado, sus senos grandes están caídos, tiene las
caderas anchas y el ombligo pronunciado: la diosa de Laussel está gestando.
El vínculo entre lo celeste y lo terrenal, para el ser humano paleolítico, podría haberse
dado en la observación y «el reconocimiento de una armonía entre estos dos órdenes articulados
a partir del factor del tiempo: el orden celeste de la luna creciente, y el terrestre del útero»2.

Numerosas estatuas de aquella época sugieren este vínculo lunar con la gestación y el origen de
la vida. Y es que la luna lleva consigo la fijeza y la variabilidad, es decir, el cambio constante que
habrá sido de las primeras pautas –si no es que fue la primera– para la medición del tiempo, de
los ciclos de vida y muerte de la Tierra y los seres vivos que la conforman. Seguramente, el ser
humano paleolítico sintió con mayor claridad el crecimiento y decrecimiento vital –en su cuerpo
y en su entorno, en las plantas, las aguas, los animales–, y observó la sincronicidad que tenía
con la fases menguantes y crecientes del astro lunar. La vio aparecer en el cielo azul como una
delgada línea curva de luz que se ensanchaba, como la mujer gestante, hasta la redondez, para
después gradualmente perder su luz, desaparecer por completo y volver a nacer: un baile
inmensurable entre ella y el sol, lo oscuro y lo lumínico, entre la muerte y la vida, grabado en
vestigios líticos. Así, se ha propuesto que las notaciones lunares de los paleolíticos se tratan de
un sistema muy antiguo –30.000 a. C.– que favoreció el desarrollo de la agricultura, el
calendario, la astronomía, las matemáticas y la escritura3.

Dadora de vida y muerte, facilitadora del crecimiento, del declive y su sepulto, regente
del movimiento de los mares, la savia y las células, la luna ha amamantado al ser humano, a su
psique, a su imaginario. En un salto enorme en la trama temporal de la historia, pero siguiendo
el hilo del desarrollo del pensamiento abstracto según los registros lunares, se encuentra el
sistema chino de cosmología musical cuyo sistema tonal está basado en la construcción de doce
tubos sonoros que constituyen el círculo de quintas y que a cada uno «corresponde una lunación determinada, a la cual van ligadas, entre otros planos paralelos, ciertas manifestaciones de la
Naturaleza, los sacrificios y las danzas sagradas»4. Las manifestaciones de este orden armónico
entre el ser humano –en el que pensamiento y acción aún están ligados– y el cosmos se puede
ver claramente en las diversas culturas antiguas, cosa natural si imaginamos el contacto mucho
más directo que tenían con la naturaleza. En el mundo y sociedades actuales con grandes urbes
edificadas e iluminadas, a veces no resulta sencillo siquiera ver la luna. Marius Schneider
menciona esta relación entre el pensar y el hacer en torno al animal-símbolo en la música: «Es
menester que cada idea sea una verdad viable, un ritmo verdadero de la Naturaleza (y no un
ritmo artificialmente creado), una idea «consonante» con las leyes íntimas de la vida, es decir,
un ritmo posible, palpable, asimilable y, en fin, cantable o «comestible»»5.

Como se ve desde el Paleolítico, la mitología y simbología creadas en torno a la luna y
sus asuntos gozaron de una estrecha comunión y fuerte expresión en tantas culturas donde nos
asomemos y en los recovecos de sus lenguas, por mencionar sólo algunos ejemplos: «el griego
mene significa «luna», el latín mensis «mes», y mensura, con la misma raíz, significa «medida», de
donde proviene el nombre del ciclo menstrual»6; metztli es la palabra náhuatl para designar a «la
luna», «muslo» y «mes», y es la raíz de todas las palabras que se refieren a los fenómenos lunares:
metztunalli «claridad de luna», metztlimiquiz «muerte de la luna o conjunción», y se nombró a
la laguna de México Metztliiapan «río de la luna»7. Precisamente, en las culturas antiguas de
México, la luna estaba vinculada a diversas deidades, hija de Tláloc, dios de la lluvia; también se
relaciona con Quetzalcóatl, y con los dioses del pulque, Papáztac –quien arrojó un conejo a la
cara lunar–, con Mayahuel, la diosa del maguey, con el dios Dos Conejo u Ome Tochtli. Y
sobre el pulque es preciso mencionar la semejanza con el soma de los indoiranios para quienes
la luna era el recipiente de esta bebida:

La luna produce la lluvia; los animales acuáticos, profesa Huai-nan tse, crecen y decrecen con ella.
Pasiva y productora de agua, es fuente y símbolo de fecundidad. Se asimila a las aguas primordiales de las que procede la manifestación. Es el receptáculo de los gérmenes del renacimiento cíclico, la copa que contiene el licor de inmortalidad: por eso se la llama soma, como este licor. De igual manera, Ibn al-Farīd la considera copa que contiene el yin del conocimiento [...].8

Hace unas tantas y cuantas lunas, unas mujeres bordadoras se reúnen para hacer alquimia con
los hilos nacidos de una tierra fértil. Cada luna nueva y cada luna llena, juntas religan y remiendan con sus hebras de algodón, seda o lino, de ombligo a ombligo, su vínculo con la luna
que, se dice, era de los mesoamericanos la patrona de las que trabajaban los textiles. Se dice
también, entre los chinos, que para traer la lluvia hay que agitar lo yin, que ahí habita una liebre
que tritura los ingredientes para preparar el elixir de la vida, que de ahí viene el rocío que
contiene las mismas propiedades. Se dice que hace miles de años se iniciaron los ritos a la
sagrada luna para dar muerte y dar vida y que así, en cierto lugar, aquello continúa.

1 El nombre común de la escultura es Venus de Laussel o Venus con cuerno como se indica en la ficha web del Museo de Aquitania (Musée d’Aquitaine) en Burdeos, Francia, donde se encuentra actualmente. Sin embargo, por un criterio de precisión aquí se ha utilizado el nombre que se le da en la obra de Anne Baring y Jules Cashford, El mito de la diosa (2005). https://www.musee-aquitaine-bordeaux.fr/es/venus-de-laussel

2 Anne Baring y Jules Cashford, El mito

4 Marius Schneider, El origen musical de los animales-símbolos en la mitología y escultura antiguas (Madrid:Ediciones Siruela, 2010), 128. 5 Schneider, El origen musical de los animales-símbolos en la mitología y escultura antiguas, 137. 6 Baring, El mito de la diosa, 37. 7 Yólot Gonzáles Torres, “Algunos aspectos del culto a la luna en el México antiguo”, Revista Estudios de Cultura

Náhuatl, México, UNAM, IIH, v. 10, 1972, 113.

8 Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Diccionario de los símbolos (Barcelona: Editorial Herder, 1986), 659.






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